Creemos que lo difícil es dejar ir algo hasta que nos damos cuenta de cómo es de duro vivir sin ello. Por eso, no sólo es necesario el valor para ser capaz de hacerlo, sino también la voluntad de cumplirlo o incluso el suficiente orgullo para no volver atrás.
En mis 21 primaveras he cometido muchos errores, algunos incluso sabiendo que lo eran. Es ese arrollador afán adolescente que nos lleva a todos a hacer locuras sin siquiera tener en cuenta las consecuencias el que corría por mis venas impidiendo todo uso de mi razón. Qué bonito es querer (o querer querer) cuando se peca de inocencia, ¿verdad?
Si algo he aprendido a base de derrotas en éstos años locos es que a veces querer no es suficiente. Nos mienten cuando nos dicen que querer es poder y la explicación es bien lógica y hasta sencilla: en cosas de dos, uno no puede cargar con todo. Tu capacidad de poder llega hasta dónde empieza el querer del otro, por eso, si uno no quiere, dos no discuten.
Lo peor de las derrotas fue sin duda la frustración. La sensación de no haber hecho suficiente, de no ser suficiente, aún sabiendo que lo había hecho lo mejor que pude en su momento. Otras en cambio, la frustración llega cuando no saben entenderte por mucho que te quieran.
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